jueves, 6 de mayo de 2010

Notas aladas


Sí, la música puede incluso abrirnos las puertas del cielo para ver a Dios sentado en su trono, alabado por ángeles o simplemente en su total plenitud… observándonos y sonriendo. En ese momento podemos dejar de luchar contra este mundo indómito que nada más nos va desgarrando el alma más y más.

Hablo de lo que alguien denominó “música celestial”, hablo de la 9º sinfonía de Beethoven, del “Mesías” de Haendel, del coro Libera St. Phillips, de Sigur Ross, hablo incluso de las teclas que hacen melodía un cuerpo desnudo, de tu espalda convertida en teclado, de tu risa atrapada en las olas del mar, de los ruiseñores y el pudor de las palmeras bajo el sol.

Con aquellas notas inmortales entregamos el corazón, nos olvidamos de esto que llamamos “sobrevivir” y nos convertimos en manantial. Si aprendemos a escuchar con atención, seguiremos la pureza de alguna melodía errante para elevarnos más allá de la Vía Láctea.

Ningún aparato electrónico, por más tecnología de punta, puede arruinar algo que fue concebido en el espíritu.


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