sábado, 27 de noviembre de 2010

Demasiado real


Es curioso cómo resultan a veces las cosas, sobre todo las que menos esperas en el momento que más necesitas.

A raíz del fallecimiento el día de ayer de Andrea, no tenía ánimo de otra cosa más que de un abrazo muy largo y tierno. Como no tengo a ningún ser humano de cabecera, realmente anhelaba al único que ha estado siempre: mi amigo y Padre celestial.

Hoy tenía que ir a este parque por parte de la empresa a continuar con el proyecto de fotografía. No tenía muchos ánimos de ir porque eso implicaba interacción con personas y yo sólo deseaba silencio y paz. Mi boca no estaba para palabras.

En lo que esperaba al fotógrafo me escapé a Punta Sur, uno de mis rincones favoritos en el planeta: Acantilado y extensiones de agua turquesa.

Prendí mi ipod y empecé a escuchar el nuevo álbum de Hillsongs, siempre un fuego abrasador, siempre manos levantadas al cielo.

Todo era perfecto, el mar pegaba contra una formación rocosa y se formaban coronas de espuma, en el cielo había sólo una nube pequeña, y no había nadie, sólo Él y yo. Pero le pedí más... le pedí al pintor que dibujara tal vez una gaviota o algo que pudiera hacer saltar mi corazón. Me reí porque no podía existir más belleza que la que ya presenciaba.

Cinco minutos y nada, sólo el estruendo de las olas y mi música.

Y en esa contemplación estaba cuando giré mi cabeza unos cuantos grados a mi derecha y... ahí estaba la señal. No me mandó flores, me llevó una serenata completa: de las aguas saltaban con libertad cuatro delfines, sí delfines... saludando y recordándome que no estoy sola.

Tuve que cerrar mis ojos y después abrirlos para comprender que no era una ilusión. Sí, ahí estaban, saltando libres...

Cuando quise sacar una foto ya no estaban. Entonces entendí que había sido un regalo desde el cielo sólo para mí, sólo para mis ojos, sólo para mi alma con sed de amor.

Mientras dos lagrimitas rodaban por mi mejilla... supe que todo estaría bien.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Carta a un pequeño querubín


Adorada Andrea:

Todavía me acuerdo de las muchas tardes de viernes que pasé contigo y tu bella familia, estudiando la Biblia, haciendo ricos postres que sólo tú sabías, compartiendo, riendo. Me acuerdo de tu nariz de muñeca y tu bellísima cabellera china que siempre comparábamos con la de Ary.

Me acuerdo dictándote enseñanzas y tú escribiendo con plumas de colores en un lindo cuaderno que seguro escogiste especialmente para aquellas ocasiones. Me acuerdo de tu manera tan delicada de anotar cada detalle que yo te decía y tu perfecto silencio al escucharme hablar.

Siempre supe que eras una niña especial, sin mancha y maldad. Si tuviera que describir mi idea sobre los ángeles, tú hubieras sido mi molde, porque en tu sonrisa siempre había paz. Siempre honraste a tus padres, amaste a tu hermano y consideraste a Jesús tu mejor amigo. No sabes que al final tú me enseñaste más de lo que yo pude haberte dado.

Alguna vez puse en tela de juicio la decisión de tus padres de apartarte de la sociedad para guardarte de su inmundicia, pero ahora entiendo que aunque ni ellos ni yo lo sabíamos, nunca perteneciste a este mundo. No hablabas mucho porque tu voz estaba cerca del trono de Dios.

En mi último viaje a la ciudad, intenté verte; me duele haber esperado hasta tu muerte para haber regresado a ti. Muchos años no supimos nada la una de la otra. La verdad es que huí de ti, huí de mi propia vida, de mi propio destino y de mi leyenda personal. Tu sola existencia me recordaba lo equivocado de mis decisiones y el gran abismo que había entre yo y la Luz.

Ahora que Él ha regresado a ser mi primer amor... veo las cosas con más claridad, y debes saber que aunque ya no puedo cambiar nada, sí me arrepiento de muchas cosas, y que si tuviera otra oportunidad, lo habría hecho diferente, habría tomado otro camino.

Lamento haberte abandonado, y no por ti, sino por mí; eras una bendición para mí, eras un faro.

Ahora que estás en el cielo, sé que me escuchas y por eso vine a leerte esta carta al mar, porque seguramente allá también tienes mar (es imposible pensar que algo tan bello no exista en el cielo) y él se encargará de llevarte mis palabras entre sus olas.

Yo sé que ya no sufres, que estás más hermosa que nunca, llena de flores y con un corazón infinitamente gozoso porque estás junto al que siempre llamabas Tu mejor amigo. Debes estar mucho mejor que nosotros, acá abajo ya sabes cómo están las cosas de feas, a la pobre humanidad no le queda mucho tiempo, el sufrimiento y la maldad están que no tienen límites...

A mí sólo me queda decirte que tu viaje fuera de esta Tierra ha elevado mi vista a la eternidad, y yo sé que pronto te volveré a ver. Y mientras yo sigo trabajando para los que no tienen esperanza, tú...abraza mucho al Señor Jesús, come muchos dulces, corre por las calles de oro y cántame de vez en cuando una canción de paz que pueda escuchar mi corazón.

Efectivamente nuestro Padre ya te sanó
Así te recordaré siempre...