jueves, 16 de abril de 2009

La sombra de una hermana

Agosto 2006

No sé si diré las palabras correctas o si están llenas de impresionismo; ojala no se encienda tu alma con el furor que quizá puedan provocarte mis pensamientos.

Causa de tristeza es el no verte, y al verte... simplemente observar a una persona diferente. Creo yo, que te has convertido en alguien que no eres. Caminas diferente, ríes diferente, piensas diferente. Y esa belleza que tenías como mujer...ha desaparecido y no dejó rastro. El hecho de que tengas otros gustos diferentes a los míos, no quiere decir que debas dejar de ser lo que eres. Confundes el amor, te olvidas de los recuerdos, caes en la indiferencia, en la vileza, en la banalidad. Disfrazas tu vida con fotografías, con pinturas, con irrealidades. Disfrazas los vacíos con poesía, cuando la verdadera poesía está en el alma.

Creo yo que nuestra sangre siempre nos unirá pero, alguna vez también nos unió una amistad. A veces miro al cielo, me duermo con el día y me queda la duda si realmente querías mi amistad o simplemente me necesitabas en ese momento para tu propio provecho. Me queda la duda si tu soledad era más grande que el interés de estar conmigo.

A veces te escuchaba hablar sólo de ti misma y de tu mundo (ese mundo al que no pertenezco y difícilmente voy a entender). Yo te abrazaba cuando me lo pedías y se derretía mi alma de ternura. Yo, dentro de mi calidad humana, quise cerrar las pequeñas heridas que nuestros padres nos han causado. Yo, que aunque no había curado mis propias cicatrices, iba con mis hermanas para cobijarlas con un poquito de cariño. Yo, hasta cierto punto te entendí y te defendí con garras y con amor. Yo me desvelaba por suplicar por tu felicidad, yo soy la que daría mi vida entera por que estuvieras bien.

No sé si este cambio en tu vida te ha hecho bien, ¿sabes? a veces son sólo apariencias, o es un pozo abismal cubierto de flores (pero en el cual, irremediablemente, caerás al final).
Ya he dejado de preocuparme demasiado, he empezado a ver por mí misma, a amar la vida con todas las virtudes que Dios ha traído con ella. No quiero agonías sutiles de mi alma, ni dulces abismos para mis veredas.

Quisiera regalarte el color ámbar de cada amanecer, o el púrpura de los atardeceres, quizá para que recordaras quién soy; sin embargo, tampoco me pertenecen.
Solamente platica con el silencio y piensa...

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