miércoles, 9 de septiembre de 2009

El No Hogar

Hoy me despedí de las tardes pintadas de los colores de mi playa, de la mirada que alzaba el vuelo para no encontrarse con la verdad de mis ojos y de las tantas palabras que prefirieron vivir en un santuario de silencio antes que en mi hogar.

Deliraba muy pronto de sed entre interminables dunas después de arrancar el último lirio que alimentaba una leyenda que seca el tiempo, mi mar muerto. Conté uno, dos lunares, la luna, el dolor, un cuento, dejé de contar y me dormí.

Soñé con labios tóxicos, un horizonte lejano, frutas rojas, duendes tocando el corazón, muros pintados de flores con espinas, con buenas noches y buenos días al alba de un encanto, soñé con ojos esquivos y luego profundos y amantes, con una felicidad tan corta como mi memoria.

Desperté sin dueño, lloré sin miedo. Derramé mi alma en la alcoba de mi casa y con ella embalsamé el cadáver de la esperanza. Desayuné en verde y naranja, me maquillé con el polvo de estrellas que dejaron fantasmas, me perfumé con lo poco que quedó en el cajón y me vestí con caricias ausentes.

Tomé mi coche y mientras manejaba escuché su risa de Baco. Sólo entonces dejé que mi mano volara hacia arriba y hacia abajo con el aire salado que entraba por la ventana.

Dejé muy lejos, como todos, el lugar al que yo pertenecía.

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